martes, 5 de septiembre de 2017

A mi manera



El Sol no se pone en cualquier sitio. Suele  buscar los lugares más idóneos; rincones, espacios y horizontes que le ofrezcan ciertas garantías de permanencia,  cierto bagaje histórico  y un mínimo de facilidades cromáticas  para resultar efectista, hermoso y sugerente. No se va a conformar con menos. De hecho es muy parecido a nosotros. En la medida de nuestras posibilidades, estamos donde y con quien  queremos estar. Otra cosa es desaparecer, porque excepto los suicidas y el Sol,  nadie  se va cuando quiere.

Le pese a quien le pese, durante el pasado mes de Agosto el Sol ha escogido  exclusivamente dos lugares en los que esconderse. Yo he tenido el privilegio de estar en ambos.  El primero de ellos se encuentra junto al Mediterráneo donde el Sol juega cada día al despiste. Quien no lo conoce bien, en los momentos decisivos del atardecer puede llegar a intuir  que la esfera encarnada desciende suavemente  hacia la última línea del mar y que, finalmente, desaparecerá  bajo el embozo azulado. 

Sin embargo, los que llevamos años siguiendo su trayectoria y conocemos sus costumbres sabemos que a orillas del Mar Nuestro la luz que nos ilumina el día se extingue entre las montañas del Montsant, hacia los viñedos escarpados  del Priorato, y que sus últimas luces se deslizan tenues, adormiladas,  entre los arcos ruinosos de algún monasterio perdido y los ecos abandonados de oraciones  a vísperas. 

Desde el porche de mi casa yo he podido contemplar a diario, embelesado, las nubes rasgadas de la canícula sobre la silueta azulada de  esas montañas  teñirse de  morado, progresar hacia el lila, disolverse en púrpura y finalmente vestirse de oscuro para gozar de  la noche  estrellada.

También he contemplado la puesta del Sol pisando la arena de la playa, escuchando  el fragor de las olas, descalzo, caminando sin prisas hacia los castillos del sur, respirando profundamente  la humedad de la brisa, presionando  con fuerza la mano de mi amor, porque de algún modo  nos parecía que  en el tránsito entre el mar cobalto  y el cielo escarlata,  el mundo entero, con sus hombres, sus mujeres y todas sus criaturas,  desaparecía,  y nosotros dos teníamos que quedarnos aquí para cumplimentar debidamente el testimonio humano de su último crepúsculo.

El otro refugio del Sol se encuentra  apartado del mar, emergiendo poderoso  desde la misma tierra áspera con la que está constituido,  entre choperas, robledales y sabinas, cielo y abrigo del águila, testigo secular del  amanecer convulso que alumbró  en las estribaciones de sus peñascos la cruenta historia  de la vieja Castilla.

Solamente unos pocos privilegiados conocemos con precisión ese otro  lugar  donde desaparece. Es una puerta hacia la noche,  una hoz  dispuesta hacia el cielo  que siega los  gajos del astro a medida que desaparece su luz  en la oquedad de su curva, dejando a su paso un rastro bermellón que resplandece como sangre añeja vertida en  mil batallas, disuelta  hacia el ocaso  por el resquicio de las últimas nubes.

Para disfrutar de semejante  espectáculo  es necesario apostarse tranquilos sobre la hierba agostada  de la ladera sur, en el alto de La Muela,  la vieja colina que protege de los vientos gallegos  a los habitantes de un pueblecito de  la Sierra de la Demanda. Desde allí se puede contemplar la silueta recortada de la mole  calcárea, una extraordinaria meseta surgida de los grandes seísmos al final de la cual se ubica el portillo  de todas la noches del mundo; la hendidura en la que se interna y se refugia el Sol; el espacio exclusivo, diseñado a medida, en el que su esfera encaja como un botón nacarado en su ojal.

Desde La Muela, bajo la peña formidable,  se adivinan los meandros del río Ciruelos siguiendo las hileras de  chopos que custodian su orilla; robles, sabinas y estepas; campos en barbecho; alguna que otra finca sembrada,  la carretera hacia tierras de Lara partiendo en dos el paisaje, separando a un lado  tierras de antiguas contiendas y al otro, los bosques sombríos, casi vírgenes -guarida de alimañas, cobijo de frailes  y emboscadas  carlistas- delimitados por el páramo que habitaron, antes que nadie, gigantescas criaturas cuando extendían su sombra petrificada  árboles monumentales.

En paralelo a esa misma carretera, duermen su sueño  las traviesas  de  la vía muerta por donde circulaba a diario el ferrocarril de Soria, humeando su trajín de viajeros a la misma hora del crepúsculo.  ¡Dios, hace ya tantos años, que hasta las tejas de la estación donde vivió mi  padre han sucumbido.!

Allí, frente a ese rincón de  Castilla, me senté un día de finales de agosto  con mi hermano pequeño y su hijo Jon para atestiguar  un año más la querencia del Sol hacia ese lugar, y su  soberana voluntad de desaparecer donde  más le place. Poco antes de que al gran disco encarnado rozase la hoz de su puerta, mi hermano  hizo sonar en su teléfono móvil  ‘My Way’, interpretada por Frank Sinatra, de manera que la voz profunda y clara del artista norteamericano mecía y acompañaba el final de la tarde, el lento discurrir del Sol hacia  la noche.

Parece ser que en algunos pueblos de la costa atlántica, en las inmediaciones de Cádiz, grupos de personas se reúnen para contemplar  al atardecer frente al mar y escuchan esa misma canción con el propósito de  provocar que  la última luz  encarnada del día coincida con la última nota. No seré yo  quien intente hacerles salir  de su error, pero, en honor a la verdad,  tengo el deber de decir que lo que ven es una pura ilusión. El Sol no se pone en Cádiz, ni en Ibiza, ni siquiera  sobre el horizonte de la gran sabana africana. El Sol, en Agosto, se pone en Castrillo de la Reina y junto al Mediterráneo, a su manera.

Para confirmarlo y dejar constancia de esta verdad objetiva, mi sobrino -el pequeño Jon-  regresó  a casa con la idea de pintar un cuadro y plasmar el momento justo  en que el Sol desaparece frente al mismo lugar  donde se  bosquejó  su existencia. Lo pintó al día siguiente, sobre la  pared de su habitación, también a su manera. Así,  cuando  las nubes  tapen el cielo  o en   las noches frías de la sierra sople el viento del norte,  podrá abrigarse con su color y contemplar el crepúsculo tanto tiempo como él quiera.

Un beso fuerte, querido Jon. Hasta el próximo atardecer.


Imagen:
Puesta de sol en La peña Carazo, vista desde La Muela de Castrillo de la Reina. 24 de Agosto de 2017 Obra de Jon Melgosa. (2009)


Frank Sinatra. My Way
And now, the end is near
And so I face the final curtain
My friend, I'll say it clear
I'll state my case, of which I'm certain
I've lived a life that's full
I travelled each and every highway
And more, much more than this
I did it my way


Regrets, I've had a few
But then again, too few to mention
I did what I had to do
And saw it through without exemption
I planned each charted course
Each careful step along the byway
And more, much more than this
I did it my way


Yes, there were times
I'm sure you knew
When I bit off
More than I could chew
But through it all
When there was doubt
I ate it up and spit it out
I faced it all and I stood tall
And did it my way


I've loved, I've laughed and cried
I've had my fill, my share of losing
And now, as tears subside
I find it all so amusing
To think I did all that
And may I say, not in a shy way


Oh, no, oh, no, not me, I did it my way

For what is a man, what has he got?
If not himself, then he has naught
To say the things he truly feels
And not the words of one who kneels
The record shows I took the blows
And did it my way


Yes, it was my way

4 comentarios:

Belén dijo...

Una lagrimilla furtiva que me quito según acabo de leerte.
Me acabo de imprimir (y a color) el dibujo de Jon. Es precioso,sin paliativos, y como mural de habitación inmejorable. Yo me lo voy a colocar en mi "cuaderno del profesor" de este curso.

Además, "This is too, my way; you know". Incluso esta canción TAMBIÉN forma parte de mi repertorio (mi registro es lírico, y también es un puntazo bajo este formato); porque ya te dije que ultimamente voy a clases de canto...

Un placer majete, volver a leerte... Un beso

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Jon es la hostia, cómo mira, cómo procesa lo que vive, lo que aprende, la intensidad con que lo hace todo...

Un abrazo, Belén ! Recuerdos a Fer !

Anónimo dijo...

Allí sigo, junto a Jon,
allí espero ver atardeceres hasta que uno de sus destellos me fulminen y pueda descansar acariciando eternamente el manto de la Muela.
Allí sigo sin mi cuerpo.
Allí se refugian mis adentros.
Allí, junto a Jon, a mis maneras.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Y yo junto a vosotros
¡Guapos!