miércoles, 14 de diciembre de 2016

Ramiro Pinilla, la llama oculta (3)




 


A Gustavo, Anabel, Javier,  Ernesto, Mercedes... , a todos los autores del libro "El mundo entero se llama Arrigúnaga", a la Biblioteca de Getxo.  Gracias por vuestra generosidad y por abrirme puertas para entender mejor la obra de Ramiro Pinilla.


Sin embargo, apostaría sobre el catafalco de la Venta de San Baskardo todo el dinero que me debe Hacienda a que “Verde valles, colinas rojas” no  se dejaría domar por el cine, porque contiene tal riqueza de temas, matices y lecturas que el reto de enfrentarse a la creación de un guion o de generar imágenes capaces de contener la belleza y la complejidad de su sentido me parece una tarea, si no imposible, sí lo suficientemente ambiciosa como para dejarse la vida en ello. 

Porque “Verdes valles, colinas rojas”  es una novela pura sangre, salvaje, esencialmente libre, primitiva, como el rebaño de llamas de Saturnino Altube. La novela de Pinilla surge de las  profundidades de un pueblo, de la tierra, del mar, acompañando a  los cuarenta y ocho seres que inauguraron el mundo marcando sus huellas sobre la arena de la playa de Arrigúnaga.

Pinilla no se encerró durante diecinueve años  en Walden, su casa de Getxo,  a escribir a bolígrafo más de  tres mil páginas con el objetivo de  dirimir exclusivamente,  dialéctica y narrativamente,  la cuestión nacional frente a los movimientos de clase. Y tampoco para describir únicamente un modo de vida peculiar, un carácter social, cultural y antropológico singular, o  dar cuenta histórica de acontecimientos históricos que llenaron de dolor nuestro país. 

Pinilla se encerró en su Walden de Getxo a escribir “Verdes valles, colinas rojas” porque imaginó alguna posibilidad de  salvación del ser humano frente al progreso irracional e  inmisericorde; porque pretendió que la literatura  liberaría a la especia humana  del dilema que nos aboca a decidir entre las esclavitudes  de los señoríos rurales y la fábrica o la mina. Porque quería cantar a la libertad dando a luz criaturas que creciesen  junto a él,  no como hijos de un dios creador, sino como camaradas a los que acompañar y con los que  reivindicar un primitivismo esencial capaz de ganar, si no la larga guerra de la historia, sí alguna batalla.

Pinilla, siguiendo los pasos de su reverenciado Henry David Thoureau,  soñaba  con  la reconquista del paraíso terrenal; ansiaba la libertad primigenia, el albedrío franco, la emancipación humana, la austeridad autosuficiente y liberadora, a pesar de saber (o quizá precisamente por saber) que  ese ansia se traduce indefectiblemente en frustración. Y esa fue una de las razones por las que se sumergió en la creación de semejante obra. Aunque la lectura de “Verdes valles, colina rojas” tampoco se reduce a eso. 

“Verdes valles, colinas rojas” también es una gran biblia laica, un génesis adánico y cantábrico, donde el mito es ironía, caricatura, humorada y al mismo tiempo el polo opuesto a los hechos indiscutibles, a la historia descarnada,  al intento de  Asier Altube y Manuel Goneaga por comprender objetiva y racionalmente  lo que ocurrió, lo que ocurre,  e incluso de vaticinar lo que ocurrirá. 

Y también memoria. La memoria que nos han intentado birlar. La  memoria histórica que en esta novela juzga y marca sin paños calientes y sin ambages a los buenos y a los malos, le pese a quien le pese, por mucho que en la transición se produjesen reconversiones ideológicas sorprendentes; sin miedo a ser acusado de maniqueísmo; poniendo a cada cual donde le corresponde.

Efectivamente, hubieron buenos y hubieron malos, y en el universo Pinilla no hay espacio para la equidistancia. La dialéctica y la oposición de contarios son la guía. Es verdad que la novela da cuenta de un  pasado casi o pretendidamente bucólico, que  encarna y expresa el punto de vista hipócrita  de Cristina Onaindía. En ocasiones este punto de vista se expresa  de modo más sincero con Roque Altube; a veces es fruto de la manipulación, como es el caso de   Moisés Baskardo, o como tema sociofilosófico del que surgen las contradicciones en las que se revuelve Don Manuel. 

Esa narración mítica y alegórica de los orígenes de un pueblo también nos la  muestra directamente el narrador-autor. Sin embargo, en “Los cuerpos desnudos” o “Las cenizas del hierro” Pinilla no ahorra al lector las angustias, la descripción del dolor, tanto individual como colectivo nacido de otro pasado; el pasado que a través de las décadas de la dictadura y de los años de la incipiente democracia encabalga nuestro presente. Entonces a Pinilla no le tiembla la mano a la hora de señalar a los responsables de ese dolor  y de redimir    a sus víctimas, sea cual sea el momento de la historia en el que se hayan producido.

La honestidad y el  coraje del autor vasco al enfrentarse a esa memoria y de vislumbrar narrativamente su proyección hacia su presente creador es tal que no le queda más remedio que plantear el rencor en su novela, más allá del que motiva a Ella, que no es otro que el rencor hacia la miseria. Porque el rencor  también mueve los pasos y el quehacer de los hombres y de las mujeres de carne y hueso. (No quiero desvelar ningún aspecto de la trama, pero quienes han leído la obra entenderán lo que digo cuando recuerden la inmediata postguerra en Getxo, cuando recuerden a Flora en la playa, y a Kresa, entre otros…)

Llegado a este punto  pensaba que, de algún modo, la novela “Patria” de Fernando Aramburu, conecta con “Verdes valles, colinas rojas" porque contiene la continuidad prospectiva a ese momento trágico que se desata en “Las cenizas del hierro” y que protagonizará la historia del País Vasco veinte años antes de la muerte del dictador  prolongándose amargamente después, hasta hace bien poco. 

Esos años del preludio de ETA que plasma Pinilla al final de su novela muestran la derrota y la humillación del hombre universal que ansía emanciparse, para lo cual se constituye en sus inicios  como una fuerza nacional  liberadora  y termina por convertirse en un  monstruo horrible, cruel e irracional  disfrazado de patriota.

¡Qué grande es la literatura, capaz de enlazar en una espiral de tiempo y espacio, hechos, lugares y personas; capaz de explicar a través de la ficción -como no pueden explicar ni los historiadores ni las hemerotecas- las realidades que fraguan  nuestra existencia.!