lunes, 30 de junio de 2014

El punto de no retorno



En tierra se le teme y se  respeta. Ingenieros, pilotos y controladores aéreos lo conocen bien. Un piloto novato, durante sus primeras 100 horas de vuelo, no puede conciliar el sueño pensando en él. Se trata, ni más ni menos, que del punto de no retorno, ese momento crítico en que la aeronave ha alcanzado tal velocidad para emprender el vuelo que no existe ya modo humano ni técnico de detenerla, de modo que el avión despega y se eleva en busca del cielo, o se queda en tierra dramática y catastróficamente esparciendo a su alrededor fuego y ruina,  su fracaso y los destinos de centenares de vidas. 

Yo le tengo un miedo pavoroso a volar. Si viajo junto a mi amor, le provoco tales moratones en las manos que la señal queda como un recuerdo durante semanas. Si viajo solo, no me queda más remedio que cerrar muy fuerte los ojos, apretar el hierro de los reposabrazos hasta casi fundirlos y esperar a escuchar la vocecita del comandante comunicando a la torre de control que todo ha ido bien. En cada vuelo, hay dos o tres personas que expresan su miedo más o menos igual que yo. El resto del pasaje simula confiar plenamente en la operación, pero yo creo que  en realidad, en su interior, albergan el mismo terror, porque si no, no se entiende el silencio expectante y sepulcral que ocupa el interior de la aeronave durante esos diez o quince minutos críticos, solamente roto por el llanto del bebé correspondiente, un grito que a mí, particularmente, muchas veces me suena como una nefasta premonición.

Sin embargo, visto de otro modo, ese silencio tenso de un inicio repleto de incertidumbres, contiene en realidad las expectativas de una vida, los sueños y también el dibujo del trayecto completo  perfectamente planificado por inteligencias ajenas. Porque antes de saber que el verdadero momento crítico de un vuelo era el despegue, yo, a lo que le temía de verdad era al aterrizaje. De alguna manera despegar es el equivalente a nacer y tomar tierra viene a ser como la muerte, el final del trayecto, la ineludible llegada al destino. Por eso, quizá, dicen los ingenieros -con esa suficiencia orgullosa y soberbia que les caracteriza- que al aterrizaje no hay que temerle. Dicen que el piloto lo único que tiene que hacer es encajar perfectamente el morro en la pista y dejarse llevar, provocar la pérdida  y aceptar serenamente la tierra, el final; precipitarse hacia el suelo desde el cielo  y discurrir definitivamente a través de la pista hasta que el motor se detenga y pisemos un nuevo territorio, lo desconocido, antes incluso de que nos dé tiempo a rememorar algún detalle de la singladura. 

El punto de no retorno no es un concepto exclusivamente aeronáutico. Creo, más bien, que los sabios ingenieros lo tomaron de la vida y después se hicieron con la propiedad del significado, siguiendo la costumbre a la que les obliga su profesión. De hecho, el punto de no retorno tiene mucho que ver con el ámbito laboral. Cuando después de años de dedicación en una empresa viene al amo y te dice que ha seguido atentamente tu trayectoria, que conoce perfectamente tus virtudes, tu dinamismo, creatividad, pasión y dedicación, de tal manera que ha pensado en ti para ser su director, su hombre de confianza para una nueva etapa, para afrontar los retos que nos traen los nuevos tiempos, y vas  y, con ese desparpajo que te caracteriza le dices que no, que gracias por los piropos, y por pensar en mi, pero creo que el puesto me queda grande y  que, además,  tal y como estoy, estoy bien, la mar de a gusto, entonces uno, aunque crea que ha actuado bien, en conciencia, que ha quedado como un hombre al que hay que admirar por rechazar honradamente una oportunidad por la que muchos matarían, lo que en realidad  ha  provocado es un punto de no retorno. Porque lo que antes eran un dechado de virtudes ahora, a partir del momento justo de la negativa, se va a convertir en un saco informe repleto de  los peores defectos que cualquier profesional pueda acopiar y, ya nunca, jamás, volverás a ser un buen colaborador digno de la confianza de tus amos.

Y también al contrario. Cuando se abre una oportunidad de progresar en la empresa y uno cree que en justicia esa oportunidad le pertenece, y compite en buena lid con otras personas que creen igualmente merecer el puesto, pero por razones ajenas al proceso de selección, al concurso, a la competición, uno pierde, uno no se queda como estaba, porque aunque conserve su puesto de trabajo y las mismas responsabilidades o funciones y todo parezca seguir igual que antes de la competición, el hecho de perder  ha provocado, efectivamente, un punto de no retorno, un cambio profundo en las relaciones y en las percepciones imposible de detener o de neutralizar del que no sacaremos más que desprecios, órdenes y rebenques y, en el mejor de los casos, a lo sumo, cierta conmiseración paternal. 

La vida misma, nuestra existencia, el breve espacio de tiempo en el que se desenvuelve nuestra presencia en la tierra está jalonada de puntos de no retorno. De hecho, los provoca cada decisión que tomamos en la que se han dirimido dos disyuntivas, borrando, bloqueando  o eliminando para siempre un camino a favor de otro sin que lleguemos a saber nunca si aquello que en su momento despreciamos en pos de la posibilidad ganadora no hubiese sido mejor opción, o nos hubiese llevado a lugares que ahora son sumamente apetecibles pero a los que ya nunca llegaremos por mucho que nos haya ido razonablemente bien. Y es que el punto de no retorno no solamente nos habla de la renuncia, o de decisiones. El punto de no retorno nos habla también de nuestra completa e incurable inconformidad, de nuestra permanente insatisfacción que nos lleva a añorar algo que nunca sucedió pero que a menudo imaginamos como la hipótesis que nunca debimos obviar porque, tras ella, estamos seguros de que se hubiesen producido innumerables acontecimientos felices, una vida completa y realizada,  por mucho que nuestro presente sea el mejor que nunca hubiésemos llegado a imaginar.

El punto de no retorno es también colectivo; no solo nos atañe y nos condiciona como seres individuales. Hay grandes momentos de la Historia que así lo confirman, y no me refiero a coronaciones, edictos, asonadas o ni siquiera revoluciones. Hablo de  esos momentos anónimos, que ya nadie podrá documentar en el que el hombre ha dado pasos definitivos hacia una dirección determinada que han condicionado toda nuestra existencia de bestias sociales de pretenciosa y pretendida inteligencia.

Decía el glorioso narrador de “En busca del tiempo perdido” que “el pasado no sólo no es tan fugaz, sino que, además, permanece en su lugar” y que “estamos dispuestos a creer que las condiciones actuales de un estado de cosas son las únicas posibles”.  No creo que las palabras de Proust conduzcan al pesimismo. Sencillamente nos ayudan a asumir nuestro pasado, repleto de decisiones que en realidad son puntos de no retorno, de las que forzosamente debemos aprender porque, tal y como afirma nuevamente mi admirado narrador “a veces el futuro vive en nosotros sin que lo sepamos y nuestras palabras, que creen mentir, designan una realidad próxima”.

10 comentarios:

ESTER dijo...

¡Pobrecito amor tuyo! Ya me la imagino. Mordiéndose los labios para no quejarse.

En la vida hay varios puntos en los que se puede retornar, pero solamente hay uno de no retorno, aquél en el que uno mantiene la velocidad de crucero más o menos constante para evitar el derrumbe total de manera irremediable.

Creo haber encontrado el mío.

Besos, Ester

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

La verdad es que tiene manos fuertes y aguanta bien mis apretones. De hecho, le suele dar la risa.

Esa sabiduría tuya es envidiable Ester. Podrías explicarla, compartirla, para hacernos a todos un poco más sabios también

Abrazos

Ana Rodríguez Fischer dijo...

Te iba a llamar impío... pero ese reconocimiento te salva...
"junto a mi amor"
Sacrificios varios...
Yo mismaactivo mi licencia/carnet de conducir porque... Imposible desde hace treinta y pico años vencer esa fobia.
No obstante, me lo renuevo y, sistemáticamente, en el informe, me sale "Tendencia a la precipitación".
Pues eso, fobia a volar, combatiéndola.
Kisses!
En estos tiempos.....

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Es curiosa esa fobia a conducir. Conozco a más personas que les ocurre lo que a tí, de muy diferentes caracteres de maneras de ser.

Lo mío a volar lo supero porque no me queda más remedio, pero lo paso mal. La última, creí que mis días terminaban en la playa del Prat. ¡Vaya aproximación a la pista que hizo el piloto!
Abrazos

Babe dijo...

A mí me importan poco los puntos de no retorno, no les veo tan decisivos y creo que a veces no existen, sino que nos los inventamos para trazar un mapa mental de nuestra vida. Más bien creo que la vida es como un un libro-juego, azaroso y cambiante.
Yo adoro volar, no me da miedo, me agrada saber que por fin alimento mi alma de huidora.
Mil abrazos,
:)

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Te importen o no, la verdad es que existen. Me gusta lo que dices sobre la vida como libro-juego azaroso, porque todo libro tiene un autor, de manera que a pesar de estar sometidos a un azar, es un azar planificado por el destino y además salpicado de puntos de no retorno. Nuestros destinos se cumplen siempre gracias a ellos.
¡salud! alma huidora


Ana Rodríguez Fischer dijo...

Aun así, si quieres leer una novela seria sobre lo del Ala Delta y demás, hablaremos de Pedro Sorela.
Abrazos!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

No conocía a Pedro Sorela. Me lo apunto para cuando acabe con Proust
¡Salud!

Roy dijo...

Pobrecito, que bien lo has descrito. Punto de no retorno es sinónimo de azar. O la reacción nefasta a la acción inocua

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Sí Roy, el azar que nos juega malas pasadas y nos hace tomar decisiones perdedoras
Abrazos