jueves, 22 de mayo de 2014

El Cholo Guardiola


A pesar de que me voy a granjear la enemistad de los pocos amigos que me quedan, voy a ser claro. Admiro al Tata Martino. A mí tampoco me gusta trabajar. Si atendemos a uno de los libros fundamentales de nuestra cultura, el trabajo es un castigo cuyo origen se remonta a las veleidades hedonistas cometidas por nuestros primeros padres. Otras interpretaciones,  más proclives a la cosa intelectual que a los placeres de la carne,  establecen el origen del pan ganado con el sudor de la frente en el ansia humana de conocimiento, en el árbol de la ciencia, cuyos frutos otorgaban a quienes los comiese, tal sabiduría, que peligraba el trono de Dios. Sea como fuere,  que el trabajo es un castigo divino  es una realidad  incontestable, pues cuenta con la inefabilidad de la Santa Madre Iglesia y  la constatación de la Historia.  Ahora bien, la lógica y el sentido común nos dicta que  ante un castigo, lo propio es zafarse, librarse, emanciparse, escaquearse, establecer los medios efectivos  y  la estrategia más  adecuada para que  nos infrinja  el menor daño posible, y más si el castigo beneficia a un tercero, hecho que por otra parte suele ser habitual.
Estamos tan absolutamente convencidos de las bondades del trabajo que, cualquiera que proclame su abolición,  en el mejor de los casos es inmediatamente  tachado de vago, gandul o  parásito; en el peor, se le desea el pico y la pala, la cantera, la mina o  la hoz.  Sin embargo,  le pese a quien la pese, la sacralidad del trabajo remunerado  es una  idea ancestral, vieja,  que ha perdurado  y que hizo  fortuna, por los siglos de los siglos, gracias a la unión cómplice  del  discurso mitológico religioso  y la codicia humana (valga el pleonasmo), origen y causa al mismo tiempo de la miseria  y alienación de los hombres.  En España  tenemos buenos ejemplos. El mejor lugar para escuchar soflamas que  ensalzan los beneficios del trabajo son los despachos cardenalicios y los  campos de golf, donde los que no dan palo al agua -porque viven precisamente  de los efectos de ese discurso- se solazan y ríen elegantemente. En algunos casos, incluso se permiten el lujo de decirnos a través de los medios de persuasión que si queremos salir de la crisis hay que trabajar más y cobrar menos.
Curiosamente -y paradójicamente- hace poco más de dos siglos, los padres de la emancipación obrera abundaron en lo mismo porque con el fin de ganar la lucha de clases  no se les ocurrió otra cosa que convencernos  a los pobres sobre  la dignidad y la necesidad del trabajo, muy a pesar de lo que escribió, por ejemplo, Proudhom, quien afirmaba que “Con el trabajo nació la posesión privada”, fuente  principal de conflictos, dolor e injusticia.  El mismísimo Marx, más o menos en  los mismos años, por contradecir a sus exégetas y sus epígonos  escribió  que “en la sociedad comunista, en la que nadie tiene una esfera exclusiva de actividad, sino que cada uno puede realizarse en el campo que desee, la sociedad regula las producción general, haciendo a cada uno posible el hacer hoy una cosa y mañana otra distinta: cazar por la mañana, pescar después de comer, criar ganado al atardecer y criticar a la hora de la cena; todo según sus propios deseos y sin necesidad de convertirse nunca en cazador, ni en pescador, ni en pastor, ni en crítico”.
Marx murió en 1883 y no pudo conocer a Alekséi Grigórievich Stajánov , minero  soviético  convertido en el paradigma del trabajador volcado fervientemente a su  alienación por el bien del país. Stajánov  hizo carrera, ganó fama y honores porque extraía catorce veces más carbón que el resto de sus compañeros. Era capaz de sacar de las profundidades de la tierra más de cien toneladas de hulla en menos de seis horas.  Años después de sus hazañas le nombraron director de una mina y aplicó en las espaldas de  sus compañeros camaradas, con mano de hierro,  su vocación de topo extractor. Como premio a tan encomiable esfuerzo,  fue laureado por la URSS cuando era un anciano, poco antes de morir, y fue declarado héroe  del trabajo.
Las empresas japonesas, vanguardia del capitalismo, hacen algo parecido. Glorifican de tal manera la dedicación a la producción que los empleados no saben vivir en vacaciones porque no hay nadie que les pueda admirar debido a sus denuedos, porque no tienen la posibilidad, durante esa breve semana de asueto, de poder llegar  a ver su fotografía colgada como empleado del mes mientras el consejero delegado y los accionistas mayoritarios lo pasan  divinamente recogiendo los dividendos de su esfuerzo. La cuestión es que, como escribió Emile Zola, “el dinero que para uno ganan los demás es el que más engorda”. Paul Lafargue, yernísimo de Carlos Marx, podría apuntalar, como en una mina, las palabras del escritor francés: ”¡Trabajad, trabajad proletarios, para aumentar la riqueza social y vuestras miserias individuales!”.
Toda esta reflexión me lleva a una afirmación que me va costar una investigación en toda regla: la Iglesia, el capitalismo y una turbia y perversa interpretación de las teorías de la emancipación proletaria, son alguna de  las causas principales por las que el ínclito Tata Martino ha tenido que salir por piernas de Barcelona. Otra de las razones de su marcha -equivalente en importancia- es que sabe menos de fútbol que mi abuela. La pobre  veía los partidos por televisión mientras leía ‘El Caso’ porque le gustaba ver cómo se abrazaban los jugadores cuando metían un gol. De ese modo parece que  equilibraba sus emociones. Pero esa es otra historia. La cuestión es que el Tata Martino es perfectamente consciente de que él y sus jugadores,  y todos los que ganan dinero a espuertas con el fútbol, no ejercen trabajo alguno. Sencillamente practican un juego y para ese menester tampoco hace falta herniarse. Un rondó por aquí, un partidillo por allá, unos masajes, y ¡hala! salgan y disfruten, como decía Cruyff. Después, a recoger el fruto de tamaño sacrificio.
Por el contrario, el éxito sonríe ahora a Diego 'Cholo' Simeone, convertido este año en el líder al que admirar y seguir. Sin embargo, el Cholo no parece haberse dado cuenta de que los únicos que trabajan en un campo de fútbol son los encargados de mantener limpios los retretes, de lavar y planchar la ropa sudada, de servir bebidas y bocadillos en los bares de los vomitorios o de dejar las gradas como la patena. De no ser así deberíamos de asumir que esta Liga la ha ganado el Atlétic  gracias a esos operarios porque, ayer mismo, el Cholo decía sin ruborizarse que  “no hay más secreto que creer y trabajar”. Justo: creer y trabajar. Fe y sacrificio. La eterna canción que se tararea desde un lugar donde no conocen la forma que tiene  un cayo en las manos, cuyo estribillo cae como lluvia de mayo y cala en nuestras  seseras arcillosas para que asumamos desde la prescripción de nuestros héroes, que venga, que dale, que dobles el lomo, que si quieres algo, algo te cuesta, mientras el autor de la música y de la letra goza de placeres inimaginables a costa del gol sur.
Si nos levantamos temprano y trabajamos duro, este país es imparable”, decía en su discurso solemne  Josep Guardiola  al recoger la Medalla del Parlament de Catalunya. Dudo mucho que Pep se haya levantado algún día de su vida antes de la 9 mañana. Lo mismo Messi, Neymar  y todos los demás. Me pregunto a qué hora se levantaban los 250 mineros que han muerto en Turquía a causa del derrumbe de la mina de Soma. Me pregunto también si es que  no se esforzaban lo suficiente como para poder triunfar, para poder salir de esa realidad diaria que les golpea y les aliena y que muy probablemente deberán traspasar en herencia a sus hijos, agradecidos, por otra parte, de contar con un trabajo con el que poder subsistir.
Bertrand Russell decía que "la ociosidad de unos pocos resulta posible gracias a la laboriosidad de otros. Su deseo de cómoda ociosidad es la fuente histórica de todo evangelio del trabajo”. Por su puesto, solamente borracho me atrevería afirmar que el fútbol tenga algo que ver con la explotación del hombre por el hombre, con ese momento fatídico de la historia de la humanidad del que hablaba Max Weber, cuando “el gran adversario del primer capitalismo era el trabajador tradicional. Aquel hombre que no veía la razón de trabajar toda la semana si podía subsistir con lo que ganaba en un día”. Lo que digo es que a falta de líderes que nos saquen de la mierda, a falta del resurgimiento de ideas que se enfrenten con inteligencia, valentía y audacia al huracán de la injusticia,  se nos ofrece muy interesadamente  el discurso de siempre declamado  de modo solemne, desde las alturas,  por una serie de  tipos que se han pasado la vida dándole patadas a un balón y que vienen  a decirnos, sin el menor ápice de vergüenza,  que  estaremos mejor si  trabajamos duro –como mínimo, igual que ellos- y que si no mejoramos, o no triunfamos, es porque no nos esforzamos lo suficiente y porque no creemos.
Por eso admiro al Tata, porque aunque el pasado sábado dejó a Xavi sin jugar hasta el minuto 75, sabe lo que es, y sabe lo que hace. Porque no viene y me vomita sus monsergas de liderazgo, emprendimiento, e innovación bajo la marquesina abovedada de un  banquillo desde donde dirige un grupo de  personas cuya mayor habilidad consiste en  saber utilizar las piernas para golpear una esfera cosida por niños en talleres infames. Porque solamente es el entrenador de un equipo de fútbol, compuesto por jóvenes que nacieron de pie, tocados por la benevolencia del azar: lo más parecido al deseo  expresado por Tom en “Las uvas de la ira”: “Me gustaría quedarme aquí. No volver a tener hambre ni tristeza. Dentro del agua toda la vida, emperezado como las crías de cerda en el fango”. Cambio charco por sauna, y ya.  

19 comentarios:

Juan Nadie dijo...

Extraordinario artículo. Estoy muy de acuerdo en casi todo, pero, ¡ay!, nos gusta el fútbol, qué le vamos a hacer.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Sí, nos gusta el fútbol Juan, a veces. Yo difruté mucho con el Barça de Guardiola y también con la selección. Los jugones, decían, porque jugaban. Eso es jugar, pero ¿trabajar? Trabajar es otra cosa.
Por eso yo subscribo plenamente los sueños de Marx, tal y como los cito en esta entrada.
¡salud!

ESTER dijo...

Acabo de recibir la nota de que ya has colgado entrada y siguiendo con mi protocolo: mirar título y longitud del texto.
¡Madre mía! Me he ido a hacer un café y mientras lo he saboreado, he intentado hacer lo mismo con el relato.
Difícil, ya que mientras degusto una frase la frase anterior, y anterior, y anterior...ya se han difuminado.

Bueno, que a mí siempre me ha encantado Martino pero como mujer y poco entendedora de fútbol no me he atrevido a insinuarlo...(las mujeres no "entendemos" de eso...)

Besos, Ester

Belén dijo...

A mí no me gusta el futbol. Quiero decir, no encuentro el más mínimo placer ni en jugarlo, ni en verlo jugar; porque efectivamente siempre me ha parecido un juego... Cuando estos "jugones" empezaron a cobrar las INGENTES cantidades de dinero que cobran, por jugar, por publicidad, por jugar... en fin, se decía, que "era normal", que "seguro que lo genereban"... y yo, nunca me lo he creido, solo que no se podía decir... (diosmio, el "jurgol", que diría Forges...). Gracias. Tú pones palabras a un montón de pensamientos difusos y dispersos... Un beso.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Ester, entendeis lo que entiende todos los hombres. Sé que lo dices en tono irónico, pero es que tampoco hay mucho que entender. De sencillo que es , se hace hasta tonto.Esa es la cuestión
Abrazos

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Belén
La cosa es que a mi gustaría que todos viviésemos como los jugones: la vida como un juego. Alimentarnos, compartir habilidades, satisfacer las necesidades básicas y... ¡a jugar!
Besos

Belén dijo...

ecosofía?...

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

He tenido que buscar la definición, y no, no me refiero a la ecosofía

Max Weber, Marx, Rusell, Proudhom y Lafargue explican en las citas que he transcrito en esta entrada lo que pienso al respecto del trabajo, entendido como actividad en la que se intercambia la fuerza o la inteligencia por dinero para que otro se lucre.

Anónimo dijo...

Hace tanto que no hablamos, que desconocía esa ferviente pasión futbolera. Yo también estoy harto de gurús y de falsos gurús, por eso prefiero los profetas a lo Pep, que aquellos que ejercen su trabajo desde el papel de 'groupie' de sus asalariados. Dicho esto me ha encantando el texto
@pacoavila

Carlos dijo...

Hoy el texto es para enmarcar, de verdad.
Así que el trabajo es un gran mal de nuestra sociedad, pero carecer del mismo te hace más desgraciado aún. De lo que se deriva que sólo aquel trabajo que se vive como un juego, ocio o diversión nos puede hacer minimamente felices. O sea que el mundo está lleno de infelices y que,a tenor de lo que vemos en los futbolistas por ejemplo,ni siquiera ellos con sus millones y su ludotrabajo están contentos.
En fin, que me dejas planchado con tu buen texto.
Un abrazo.

fiorella dijo...

Un joyita tu post, mecanismo de reloj suizo, exacto, preciso. AHora, no puedo creer que te guste el juego que impulsa Guardiola, me aburre soberanamente, le falta la gambeta, el dribling, la picardía, la sopresa. Prefiero otro planteamiento futbolístico. Un beso

Lansky dijo...

"Pues yo el trabajo se lo dejo todo al buey/porque el trabajo es para mí un enemigo/porque el trabajo lo hizo Dios como castigo/ y a mi me gusta bailar bien agarrao..." (merengue cubano tradicional).

De acuerdo con la primera parte, no con al segunda. lamentablemente, al igualk que tenían razón los días laborables (Gil de Biedma, seguro que lo sabes), en el momento que el fútbol (que em encanta como juego) mueve esas cantidades exorbitantes de dinero, genera plusvalías que se apropian unos y producen otros, a veces los mismo, porque esta es una actividad capitalista ciertamente peculiar: el espectáculo no el juego ni el deporte, de ahí la confusión. Por tanto, los que trabajan no son (sólo) los que limpian váteres, como dices brillantemente errado, si no toda la cadena que genera ese dineral.

El fútbol ya no es un juego, aunque su negocio se base en el espectáculo que proporciona ese juego. Por eso me encanta en juego y detesto lo que el rodea, sin esquizofrenia que valga

Un saludo

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

¡F.A.! Esta sí que es una sorpresa.
La verdad es que sigo igual. Ni siquiera me gusta el basket. Me gustaba ver el fútbol de los chicos de Guardiola: pura filigrana. Nunca se vio algo así, pero como todo en la vida, se acabó.

En realidad no quería hablar de fútbol. Quería hablar del trabajo y de la explotación, y de lo mal que lo hemos hecho los humanos tomando el fútbol de excusa, pero está claro que no me ha salido demasiado bien. Parece ser que el fútbol tiene más fuerza que cualquier idea.

En cuanto al Cholo i a Pep, ambos se proponen así mismos como gurús. Uno con estilo Toni Miró, el otro un poco más cholito, más de "Estopa", y si me apuras de "Los Chichos". La cosa es que les gusta tanto lo que hacen, han tenido tanta suerte en la vida que han llegado a creer que el mundo entero se cifra en clave futbolística, que todo se traduce en entrenar y en motivarse, y que con eso se alcanza el triunfo y la felicidad.

Un abrazo F.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Carlos, más o menos eso es lo que he intentado compartir.

El trabajo es una lacra social. De hecho, es la lacra de la humanidad.

El trabajo está basado en la propiedad y la propiedad genera injusticia y desigualdad. Ya lo dijo y lo demostró Proudhon hace siglo y medio

El trabajo debería ser definido como la actividad a través de la cual subsistimos y progresamos sin enriquecer a nadie y en el caso de que nos guste, además, a través de la cual nos realizamos. Lo demás es un puro timo, una trampa que nosotros mismos activamos y que ahora no sabemos desactivar.

Un abrazo Carlos

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Fiorella, el fútbol que hicieron los chicos de Guardiola en el Barça sí que era un mecanismo de precisión suizo, y además bello. Era puiro goce: intensidad, inteligencia, virtuosismo, elegancia, entrega, solidaridad... Es todo dribling, pies de seda, pies como manos de joyero...

Un beso Fiorella. Gracias por seguir por aquí y aparecer de vez en cuando tantas y tantas entradas después.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Lansky
Qué buenos son los cubanos para decir cantando en un par de versos lo que a los filósofos les cuesta una vida completa de páginas y páginas sesudas. Susbcribo plenamente el merengue. De hecho, ese el tema de esta entrada.

A Gil de Biedma no lo he leído nunca y creo que no lo leeré nunca. No quiero tener nada que ver con pederastas confesos.

¡Salud, Lansky!

Ana Rodríguez Fischer dijo...

Uy Uy Uy... que aquí voy a tenérmelas contigo como desde hace un tiempo me las tengo con mi banjamín. Ya hablé de la incomodidad y desconfianza que me producían esos nombres... lo de Tata, pensado para?.
Con eltiempo, se vio que su única cualidad era la labia en las salas de prensa, en lo que no desdice la fama patria. Pero... ¿te has fijado en cómo aplaudía? (y otros datos). Yo pensaba: un poc de elasticidad y... mejor más cosas, imposibles tras el tiempo mullido en que se deslizaba.
Sé que mi paisano Luis Enrique no lo tendrá fácil, carente de ciertos apoyos (asqueada de la realidad, me refugio en estos rectángulos y escucho), pero... Van a sudar la camiseta, los que quieran, ya lo creo...
Hablamos!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

La verdad Ana es que envidio a estos tipos que viven tan agustito gracias a un juego. El Tata hace muy bien en tomarse las cosas con calma, con mucha calma. Todos estos deportistas o teóricos del deporte que cuando hablan de fútbol se creen que son filósofos griegos me producen risa. Aparecen ante el mundo gracias a la tele con el ceño fruncido explicando cosas intrascendentes con visos de trascendencia suma. La última, la de Cholo Simeone: "el fútbol es como la vida, te lo da todo y te lo quita todo". Como dicen en Chamberí: ¡Amos anda, no me jodas!

Abrazos

Anónimo dijo...

¿Eso dijo Pep antes de tomarse un año sabático? Otro patricio de la burguesía catalana.