sábado, 22 de diciembre de 2012

El tiempo perdido

Por poco más de cinco euros ayer me compré un año más. Antes, tiré a la papelera todos los días de éste que todavía no ha acabado. Me deshice de ellos casi sin pensar y solamente al verlos en la papelera fui consciente de lo que había hecho. Allí, en el pozo del desprecio,  yacían revueltas, desordenadas, entre mondas de mandarina, despojos de manzana, chicles secos, borradores arrugados, informes caducados  y sobres vacíos cada una de las cuarenta y cinco  semanas laborales  transcurridas con sus citas, sus nombres, reuniones, avisos, comidas,  teléfonos y demás vicisitudes.
 
Mientras las observaba y tomaba conciencia de ello  me desasosegó no ser capaz de producir más que un sentimiento de desapego o de indiferencia porque, al fin y al cabo, allí reposaban, entre los deshechos de una oficina, la mayor parte de las  horas de mi  vida en el  último año transcurrido. De haber estado acompañado, una sola expresión hubiese salido de mi boca: a la mierda, que se vayan a la mierda, y ahora que lo recuerdo mi deseo se acentúa y se amplía y lo que quiero es  que se pudran, que los trituren, que se conviertan en papel de estraza, en actualidad manipulada, en cartón para huevos, en envoltorio de menudillos, en tisúes para putas, o en el mejor de los casos, en confeti  blanquinegro que lanza desganado, por orden del señor alcalde,  el tonto del pueblo en un  verbena sin jóvenes.
 
Pero estaba solo, y no podía compartir mi desazón, ni llorar sobre el hombro de nadie, ni  descargar  la ira por el tiempo perdido, por las miles de horas sin recuerdos cuyo destino se ejecutaba en  el mismo acto de arrojarlas a la basura. El único consuelo posible, la resurrección, el resurgimiento pasaba por  comprar un año más y olvidar. Aunque difícilmente se puede olvidar aquello que no ha dejado huella, aquello que no ha dejado más que tiempo sobre una duna  en el corazón del desierto. Es imposible el olvido de algo o de alguien si  su paso por la vida ha sido incapaz de fecundar un recuerdo. Se olvida o se recuerda lo que es. Se evoca y se  invoca el olvido. Los días felices y tristes, amargos o dichosos vienen a nosotros por su propia voluntad, autónomos e independientes; o  también cuando los solicitamos desde la postergación en nuestra existencia porque significaron algo, porque  en su momento adquirieron la categoría de vivencia y nos resultan útiles en el camino, un alivio, la lección práctica que nos saca de un aprieto, el origen de los que somos y la certeza de lo que seremos. La cuenta corriente, las facturas, y las rebajas constituyen los restos de la reminiscencia  que han producido las jornadas laborales con las que me he ganado el pan, prescritas, sin pena ni gloria, y que ahora se perderán para siempre entre detritus.
 
Por eso me compré otro año, porque de momento no me han despedido. Compré  la prolongación de los días,  impolutos y retractilados. La oferta era irresistible porque junto a los 365 días dispuestos en semana a la vista me regalaban todo el mes de enero del año siguiente. Que venga Dios y la iguale. Pagué cinco euros, pedí el ticket a la dependienta y antes de salir de la papelería me dijo, “¡feliz año nuevo!”.
 
Al llegar a la oficina lo primero que hice fue ordenar la mesa. El momento lo requería. Era una segunda oportunidad y pensé que para reclamar  a los buenos  augurios lo preceptivo era disponer un escenario para las grandes ocasiones. De manera que me dispuse a dejarla  limpia, con todo dispuesto en su lugar: los dosieres bien ordenados sobre las bandejas de plástico; a la derecha las facturas sin pagar; a la  izquierda las tareas pendientes, la libreta de notas y el cubilete con los bolis. El bloc de postits amarillos sobre la calculadora  y el retrato de Proust vuelto hacia la pared.
 
Como los saltadores de trampolín antes de lanzarse al vació, respiré profundo un par de veces y, sin más dilación, con gesto decidido, cogí las tijeras y rasgué el plástico. Me deshice de la portada, de las cuatro semanas correspondientes al  mes de  diciembre del este mismo año (que también venía de regalo), y después de abrir las anillas coloqué cuidadosamente el bloque de mis próximas 52 semanas  dentro de la agenda  forrada de piel. En un primer momento la dejé cerrada y pensé lo bien protegido que estaba mi tiempo contra las inclemencias. Después volví a las andadas y me afloró nuevamente la vena existencial porque   también se me ocurrió que “menudo desperdicio de  piel, destinada al cobijo  de un funcionario”. Sin embargo, me repuse rápidamente y decidí ponerle un poco de ilusión al asunto, así que abrí al azar mi nuevo año, todavía  por empezar, y eché un vistazo a los días que me esperan.
 
La primera semana  que vi fue la del primero de mayo, blanca e inmaculada. Continué hojeando, hacia delante y hacia atrás, y  todos y cada unos de los días en los que me detenía se presentaban iguales, nuevos, limpios, pero exactamente iguales. Solamente se distinguían porque cada uno de ellos se encuadraba en un mes diferente. “Qué tontería, qué gran perogrullada”, creo que dije en voz baja. “¡Pues cómo si no!,¿ Qué es lo que esperabas?”, me respondí a mí mismo. Creo que esperaba encontrar la excitación ante lo nuevo, una promesa, una mínima señal esperanzadora con la que vislumbrar alguna diferencia futura con respecto al año que acababa de arrojar. Y si no, al menos, esa sensación infantil de  pulcritud, cuidado e interés que , siendo adultos, no nos abandona y que  surge cuando empezamos a escribir en una libreta nueva: la voluntad expresa o el compromiso que adquirimos con nosotros mismos de escribir cada una de las páginas que nos quedan por delante tan impecablemente como la primera. Pero nada de todo eso sucedió. Por eso me comporté a continuación de la manera más prosaica que pude y me dediqué a buscar las fiestas y ver de cuántos puentes podría disfrutar.
 
Cerré la agenda, me enfundé el abrigo y fui a encontrarme con mis compañeros para celebrar el fin de año. Bebimos unas cuantas cervezas a la salud de la nómina perdida, aunque no nos hacían falta para  acordamos de los banqueros, de las señoras de los banqueros y de las honorables  familias de los señores ministros y consejeros, para lo cual  utilizamos a menudo la hache muda y alguna de las más afamadas, socorridas y sonoras  consonantes sordas bilabiales.
 
Al llegar a casa abrí el grifo y bebí un trago de agua. Miré durante unos segundos el agua caer al fregadero y me ensimismé viendo cómo se colaba por el sumidero en un breve remolino.  El reloj que tenemos en la cocina estaba parado y le di cuerda.  Me entretuve  en ver la aguja de los segundos dibujar la circunferencia minuto a minuto y en escuchar el ruido de la maquinaria. Me hubiese fumado un cigarrillo, pero lo dejé. Me hubiese bebido un whisky, pero no tenía. Miré hacia la nevera y vi  el calendario. Lo miré dos veces y  sonreí. Era el mes de julio del año 2008. Me quité el abrigo, puse un disco y me senté feliz  a leer un libro mientras esperaba  a mi amor. 

FOTO: Dosarela

5 comentarios:

ESTER dijo...

A cierta edad, un poco por amor propio, otro poco por picardía, las cosas que más deseamos son las que fingimos no desear.( Marcel Proust).

Te podría desear feliz 25 de Diciembre, pero te deseo, además de eso, feliz 25 de enero, 10 de febrero,2 de marzo,13 de abril...y así, aleatoriamente, hasta el 31 de diciembre de 2013.

¡vaya hipocresía en la que estamos sumergidos! No pienses que me amargan estas fiestas. Las disfruto por el hecho que los tres miembros de mi familia estamos juntos unos días.

Sé feliz todo el año que viene!

Besos, Ester

HOSTAL MI LOLI dijo...


Como dice la canción.....Nunca el tiempo es perdido. Feliz Navidad !!! y seguro que en el Nido les gusta esto que has escrito. Abrazos.

El PobrecitohabladordelsigloXXI.blogspot.com dijo...

Como dice un amigo mío cuando le preguntas cómo ha pasado las fiestas: "Unos días bien y otros en familia". (je, je.) es bueno , eh
No, a hora en serio: te deseo también lo mejor para ti y los tuyos, Ester

Que 2013 te sea propicio, Loli
Abrazos

Ana Rodríguez Fischer dijo...

Vender el tiempo o comprarlo, negarlo o soportarlo, darle al vuelta (como al aire) y brindar con agua del grifo...
Buen fin o mal comienzo? Se verá!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Me temo Ana que el tiempo es de lo poco que se salva del mercado, aunque cualquier día... De hecho hace un par de años se pudo ver una peli cuyo argumento se basaba precisamente en esa idea 'emprendedora' de compra-venta de tiempo
Prefiero un bue fin y un mejor comienzo, por aquello del optimismo y de mejorar.
¡Salud!