lunes, 16 de mayo de 2011

Blanco y negro


El mismo día y en un espacio brevísimo de tiempo se me abalanzaron dos motivos bien distintos. Una estrella de la canción, hermosa, rotunda, de voz prodigiosa y canciones imposibles decía en la radio que "afortunadamente, vemos la vida en color y no en blanco y negro". Unos minutos más tarde, en pleno frenesí promocional, la excepcional cantante afirmó ante los oyentes que "los artistas somos almas libres".

Hace unas pocas semanas he leído dos libros estupendos de Rafael Reig. Uno de ellos se titula "Todo está perdonado", premiado este año con el 'Tusquets' de novela. Es un thriler ácido, crítico, descreído, escéptico, sucio, irónico y en muchos pasajes de una gran belleza literaria que navega entre las aguas podridas de un Madrid veneciano.
El otro libro es "Manual de literatura para caníbales", la más irreverente y gamberra historia de la literatura hispanoamericana des del Romanticismo hasta el año 2014 (!). Esta obra debería sustituir a todo manual de historia de la literatura al uso.

La cosa es que después de que la cantante dejase el programa en el que intervenía, se desencadenó una tormenta apoteósica, y las calles se conviertieron en torrentes, y me acordé de la última novela de Reig. Y al acordarme, recordé también al primer profesor de literatura que yo tuve, hace la friolera de -poco más o menos- 30 años, porque tiene un parecido extraordinario con el novelista (tanto etopéyico como prosopopéyico, con perdón).


Yo, por entonces, era un pavete casi rubio que peinaba su vanidad sobre las orejas y perpetraba cuentos los sábados por la tarde después de la peli del Oeste. Estaba tan convencido de que me convertiría en pocos meses en el nuevo Cortázar que pasaba mis garabatos a máquina y se los entregaba, orgulloso, al profesor queseparecearafaelreig, en la intimidad de la hora del patio. Él recogía las hojas con explícito desprecio, las doblaba a lo largo y las encajaba sin ningún cuidado en el bolsillo posterior de sus vaqueros. Yo le miraba fijamente y lo único que recibía por toda respuesta era el humo mentolado del cigarrilo "Rocío" que mordía con fruicción, y un escupitajo certero, un centímetro a la derecha de mi zapato izquierdo.


Desde entonces he certificado, sin saberlo, que la literatura es como la vida, creemos verla en color, aunque su verdad discurre en escalas de grises que evolucionan al negro. ¡Sobreviviré!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cómo me gustas "pobrecito"