jueves, 12 de marzo de 2009

Dandys


Por muy raro, extraño o irrisorio que parezca, me gusta planchar. Siempre fui un presumido. A mi esposa, Pepita Wetoret, no le daba real gana de arreglarme la ropa. Y bien que hacía. Ella sabía perfectamente que si me gustaba acicalarme era -principalmente y por este orden - para admirarme a mi mismo frente al espejo; para que admirase mi estilo todo aquel con quien me cruzase por la calle, quien me viese en el café, o para regocijo y envidia de quienes me vigilaban en los palcos de los teatros de Madrid. Y, en tercer lugar, para mi querida, llorada, deseada y añorada Dolores.

Dolores siempre me animaba a ir a la última. Le gustaba verme bien vestido de verdad, moderno, como decía ella, hecho un brazo de mar. Cuando nos veíamos en nuestras citas clandestinas siempre me observaba a escondidas desde la distancia, mientras iba llegando a su lado y, al abrazarnos en las esquinas oscuras, me decía al oído, susurrante, casi entre gemidos: “solo con verte me pongo mala”. Así es que motivaciones para cuidar mi aspecto nunca me han faltado. Jamás me vestí como un chispero cualquiera. Siempre me puse camisas de seda con chorreras, levita, redingote negro o, si salía al teatro, frac de hombreras anchas. Calzones de día, pantalón de noche y chaleco, por supuesto, acompañado de un corbatón bien anudado. En la cabeza una chistera, o un chapeaux claques, a la francesa, para que el pelo asomase, largo, más abajo de la nuca.

El mismo día que me pegué el tiro estuve dos horas largas pensando entre qué ponerme y cómo vestirme. Quería ser un suicida con clase. ¡Casi estaba obligado a ser un suicida con clase!. No podía permitir que Dolores me viese muerto de cualquier manera y -lo digo de verdad- a mi me hubiese sido imposible arrimar la pistola a la sien, frente al espejo, vestido de cualquier manera, sin estilo. Aunque, al final, Dolores ni siquiera abrió la puerta. Oyó el estruendo y también oyó caer mi cuerpo muerto, divino, sobre la madera del piso. Pero no quiso entrar. Esperé en vano a que la puerta se abriese, su gesto de horror al cruzar el umbral y, sobre todo, el beso postmortem en mis labios mientras me acariciaba el cabello. Todo eso lo vi en mi imaginación de muerto mientras oía los pasos lentos, inmisericordes, de Dolores escaleras abajo.

Así es que no es de extrañar que una de mis aficiones preferidas en este siglo XXI sea planchar. Mientras compongo y matizo mis camisas con puños para gemelos pienso y, entre arruga y pliegue, las ideas se aclaran, adquieren una consistencia como de almidón. A veces son ideas frugales, sin sentido, poco provechosas, que aparecen en el momento de planchar los pañuelos y se van igual de deprisa que el tiempo que tardo en dejarlos como nuevos. Por ejemplo, me acuerdo del gusto tan exquisito que tienen los presidentes de la Generalitat valenciana para vestir. Ahí tenemos a Zaplana, o a Camps. Su estilo es envidiable. Un tanto serio, pero impecable. Sus santas y sus amantes deben estar encantadas porque, estoy seguro, la ropa interior que calzan será de a 250 euros la pieza, como la que le compraban a don Luis Ramallo. Y es que Correa está en todo: dandy de priápicos bigotes de los que ya no se ven.


A veces, al colgar las camisas recién planchadas, las miro en la distancia y me digo a mi mismo, entre deprimido, desanimado y rebosante de la peor clase de envidia: jamás llegarás a vestir como Boris, el Wilde reencarnado del siglo XXI. Por eso yo estoy muerto y el vive a lo grande, paseando su palmito de rebelde burgués agradecido por los restaurantes fachas en donde comen quienes no le quieren ni ver.

No hay que hacerme caso. Como se puede ver, todo es puta envidia. Hoy he planchado más pañuelos que otra cosa y he asumido que jamás tendré un fondo de armario a la valenciana. Es muy duro.

Vuelvo mañana

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Algo me sospechaba...

Daniel Zapata dijo...

El suicidio como una ceremonia "dandesca" y planchar como algo ritual.

Saludos amigo

Ana Rodríguez Fischer dijo...

¿Conoces las páginas de Corpus Barga sobre Larra-Dolores Armijo y Espronceda-Teresa Mancha? Dice Corpus que si se hubieran encontrado Larra y Teresa, otro galllo nos hubiera cantado a nosotros (a España):
"¿Cómo no se ha hecho la película del Madrid romántico, con el suicidio de Larra? Habria que hacerla con el suicidio de Larra y la muerte de Teresa Mancha, ocurrida dos años después... La película de dos amores desdichados. El amor del prosista escéptico y burlón hizo de él la víctima. El del poeta de los ayes y los apóstrofes hizo víctima a ella... De los dos amantes, el poeta y el prosista, desesperados por haber perdido en el mayor juego de envite y azar, el del amor y la muerte, el prosista fue poeta, el romántico, se mató; el poeta fue burgués, se aprovechó, escribió un poema. Hay una magnífica película (por hacer) en los dos amores desdichados del primer romanticismo español, con sus dos musas cruzadas: la caída, la perdida, para el poeta burgués, y la burguesita, la arregladita, para el prosista inconforme. Si Espronceda hubiera sido el amante de Dolores y larra el de Teresa..."
¡Ah! El gran enigma de la modernidad romántica.
Tu profesora pescada en la red.