martes, 26 de febrero de 2008

Emancipación


A fuerza de no escribir se anquilosa la pluma. Efectivamente: una pluma jamás se anquilosa. Una pluma se seca, se oxida, revienta o, un buen día, decide perderse para siempre y para siempre decide dejar de contar cosas. Cuando una pluma se pierde ya no hay quien la encuentre. Sencillamente deja de exisitir. Y aquí no procede metonimia alguna. Quiero decir que pluma es pluma, el objeto, la herramienta, el apéndice que a cualquier escritor le crece en las yemas de los dedos índice y pulgar y que vive contectado al cerebro. No me refiero a las plumas patrias, a las mejores plumas del pais o las plumas del Paralelo. Hablo de la primera pluma extraviada que todo mortal echa de menos el resto de sus vidas. Aquella con la que escribimos por primera vez con miedo a emborronar la página inmaculada, con suma delicadeza, devotamente, como un inexperto amante que por vez primera se precipita, sudoroso, temblón, sobre la divina carne. Si esa pluma deja de estar a nuestro lado, reposando en el mismo lugar de la mesa en que nos ha esperado durante años, lo menos que sentimos es vacío, un hueco en la boca del estómago, o del alma - tanto da - y la sensación de que decenas de historias que nos disponíamos a contar ya nadie conocerá, ya no seran nuestras, ni de nadie. Se perderán para siempre, aunque no hayamos pensado nunca en ellas, ni las hayamos imaginado o, ni tan solo, tenido la voluntad de escribirlas. Yo quise contar hoy una historia y no puedo. Yo quise explicar hoy decenas de cuentos preciosos, y no puedo. Se me han instalado hoy todas las palabras precisas que expican el mundo, todos los adjetivos justos, los que son, los que van, los adecuados. ¡Hoy!,¡ tenía que ser hoy!, en el día de la emancipación de mi primera pluma.


Vuelvo mañana

lunes, 18 de febrero de 2008

Y el verbo se hizo carne.

y habitó entre nosotros.

Harto de tanta humildad, harto de la mismísima eternidad, huérfano de ombligo al qué mirar, aquí me teneis, fruto de una extraña mezcla romántica y postmoderna.

Al fin y al cabo fuimos nosotros los que inventamos al "artista", los que le salvamos de las garras de reyes y mecenas.

Ni dios, ni estado, ni patrón; ni agente, ni editor ni lector. No pacto. Yo soy yo, así, de la manera en que ahora me veis, por los siglos de los siglos.

Manuel Alberca: ¡¡ va por ti !!


Vuelvo mañana

martes, 12 de febrero de 2008

Amanecer en el hospital

Hace unos días fui a visitar a un buen amigo al hospital. Convalecía de un síncope: corazón cansado, corazón débil (todo buen romántico, en un momento u otro de su vida, sufre de síncope).

A mi buen amigo y a mí siempre nos ha gustado la noche, de modo que, provisto de mi petaca de piel, la visita se alargó hasta altas horas de la la madrugada, trago va y trago viene, arreglando el mundo, a escondidas de la enfermera.


Al salir, casi de amanecida, en la puerta del edificio vi sentados sobre un banco a tres indíviduos. Dos de ellos fumaban compulsivamente y hablaban en un tono más alto de lo normal, agitando los brazos, casi de manera violenta. El otro permanecía quieto, sin decir nada, aguantando el peso de su cabeza entre las manos y mirando hacia el suelo sucio de colillas.

"!Tu ya te lo has gastado, pues ahora no pidas!". "Y lo del casino... ¿quien se fundió lo del casino?", llegué a entender que se decían. Entonces el que no decía nada levantó la cabeza y la volvió hacia mí justo en el momento en que nuestras miradas se cruzaban al pasar: lloraba silenciosamente. Los otros dos seguían fumando, agitando los brazos y hablando cada vez más alto.

A medida que me alejaba de ellos fui perdiendo sus voces. El silencio del amanecer me acompañó durante el resto del camino a casa.


Vuelvo mañana