lunes, 15 de diciembre de 2008

Quitameriendas

Hace pocos días, un buen amigo me explicaba que en las praderas frías de la sierra castellana, en un pueblecito ubicado bajo las montañas que unen (o separan) las provincias de Burgos, Soria y Logroño, crece una hermosa flor de pétalos independientes y morados que, unidos, forman el tallo colectivo que la sujeta precariamente a la tierra. Me explicaba mi amigo que la flor empieza a salpicar los prados cuando el verano va tocando a su fin, cuando el otoño asoma por las montañas silbando el viento del Norte espantando definitivamente a las cigüeñas que han anidado sobre la torre de la Iglesia desde mediada la primavera.

Quienes mejor conocían esta flor eran los críos del pueblo, o mejor dicho, quienes más la odiaban, porque su aparición era la señal inequívoca, el aviso, de que en pocos días dejarían de disfrutar de los juegos y de las correrías y de las largas tardes del verano al aire libre, que acompañaban de un trozo de pan de hogaza mojado en vino tinto y endulzado de azúcar. Por eso, la flor tiene el nombre de 'Quitameriendas', porque al verla se iniciaba la ineludible cuenta atrás y pronto, antes de lo que los niños se diesen cuenta, se encontraban comiéndose el pan con vino y azúcar al abrigo del fuego de la gloria, viendo como madre desplumaba una gallina en la pica de la fregadera o escuchando toser a padre mientras liaba un cigarrillo.

‘Quitameriendas’ avisaba a los niños de que la mañana se iba a unir a la noche sin tránsito alguno, y de que, más allá de la escuela y de las labores obligadas en el huerto, o con los animales del corral, tan solo les quedaba compartir un mínimo espacio familiar en el silencio del crepitar del fuego, al olor de roble quemado y, al final del día, después de la leche caliente, la cama fría e inhóspita, preludio de un nuevo día exactamente igual al anterior.

‘Quitameriendas’, le decía yo a mi amigo, era, al fin y al cabo, una herramienta pedagógica de primer orden que la naturaleza brindaba, con rigor, a los niños que crecían bajo las montañas de la Sierra de la Demanda.

Vuelvo mañana

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