lunes, 7 de mayo de 2007

La brújula


Sigo sin saber donde estás. Saliste descalza y seguí tus huellas, pero se perdían al llegar a las rocas. Allí me paré y miré el mar desde el horizonte hasta seguir la última ola que mojó mis pies desnudos, como si tú pudieras caminar sobre el agua y hubieses dejado la estela en el camino.

Vi un velero anclado cerca de la playa y de pronto imaginé, no sé por qué, que tomabas el sol sobre cubierta, desnuda, iluminada por el cielo claro, abandonada en brazos del calor. Algunas gotas privilegiadas de sudor resbalaban por tu cuello y se posabn sobre tus pezones rosados. Enjuagabas el calor con las manos perezosas y en un movimiento apenas imperceptible te volvías de costado y suspirabas levemente.

Entonces, un soplo de brisa agitó los cabos y, a la señal del ruido metálico que se produjo en el choque con el mastil, se te erizó ligeramente la piel.
Me vi navegando allí, en la coordenada perdida de tu sexo, sin apenas viento, en la mejor de las travesías.

Una pareja de pescadores aficionados enfila hacia lo alto del pequeño acantilado.

Después de siglos, sigo sin saber donde estás.

Vuelvo mañana

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nunca sabemos quién se esconde detrás de la persona amada. Quizás por eso intentamos respetar su lugar y su espacio sin atrevernos a entrar si no és llamando a la puerta del deseo.

Nako.