viernes, 30 de marzo de 2007

Luz en la calle


Hay luz en las calles pero no se ve ni un alma. Son las 2 de la madrugada de un jueves cualquiera. Pasear de madrugada ha perdido encanto. Hace un par de siglos las lámparas de aceite que iluminaban las ciudades se apapagaban con frecuencia y en cualquier momento podía aparecer el sicario de turno para dejarte un bonito recuerdo de parte del marido engañado. Por ejemplo. O podías cruzarte, en un tramo de cien metros, en cualquier parte de la ciudad, con media docena de mujeres ofreciendo sus encantos y su compañía. Por ejemplo. O podías unirte a alguna cuadrilla de golfetes de las que patrullaban los callejones en penumbra en busca de la penúltima taberna abierta para darle cuenta a la enèsima botella de absenta. Por ejemplo. O podías saludar al autor de moda, embozado en su capa, cabizbajo y apesedumbrado, agotado por haber estado todo el santo día aguantando el peso de todo el dolor y la miseria del asqueroso mundo, paseando su alma romántica entre las sombras y los reflejos de la noche. O me podías encontrar a mi, después de tomar cuatro copas y de asistir al último estreno, de camino a casa y pensando en alguna genialidad con la que hundir para siempre a la actriz protagonista; podías verme escondiéndome, de esquina en esquina, de toda esta caterva de gentes de la que nunca quise saber nada.

Luz y muerte, sombra y vida. Una extraña ecuación.

Vuelvo mañana

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